jueves, 24 de diciembre de 2009

La romana ( fragmento )



A los diecisiete años, era yo una verdadera belleza. Tenía el rostro de un óvalo perfecto, estrecho en las sienes y un poco ancho abajo, los ojos largos, grandes y dulces, la nariz recta en una sola línea con la frente, la boca grande, con los labios bellos, rojos y carnosos y, si me reía, mostraba dientes regulares y muy blancos. Mi madre decía que parecía una Virgen. Yo me di cuenta de que me parecía a una actriz de cine por entonces en boga, y comencé a peinarme como ella. Mi madre decía que si mi cara era hermosa cien veces más hermoso era mi cuerpo; un cuerpo como el mío, decía, no se encontraba en toda Roma. Entonces no me preocupaba de mi cuerpo, me parecía que la belleza estuviese toda en la cara, pero hoy puedo decir que mi madre tenía razón. Tenía las piernas derechas y fuertes, los flancos redondos, la espalda larga, estrecha a la cintura y ancha en los hombros. Tenía el vientre, como lo he tenido siempre, un poco grande, con el ombligo que casi no se veía, tan hundido estaba en la carne; pero mi madre decía que esta era una belleza más, porque el vientre debe ser prominente y no liso liso como hoy se usa. También el pecho lo tenía robusto, pero firme y alto, manteniéndose erguido sin necesidad de sostén; y también de mi pecho, cuando me lamentaba de que fuese demasiado grande, mi madre me decía que era una verdadera hermosura, y que el pecho de las mujeres, hoy en día, no valía nada. Desnuda, como más tarde hube de notar, era grande y llena, formada como una estatua; pero vestida parecía, por el contrario, una chicuela menuda ......

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